Fuego de dragón

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Translated by Alicia Martorell

Bibop era un pequeño dragón de escamas anaranjadas. Desde su nacimiento, pronto haría cien años, había vivido en la Montaña Gris con su mamá. Los dragones alcanzan el uso de razón a los cien años. Bibop iba a aprender por fin a escupir fuego y esperaba ese momento con impaciencia.

Por fin llegó el día de su cumpleaños. Bibop se levantó feliz y entró en la cocina canturreando. Su mamá se sobresaltó y escondió rápidamente una cosa.

—¡Bibop! ¡No te oí llegar! ¡Feliz cumpleaños, querido!

Tapó con un trapo lo que estaba haciendo y se acercó a él. Le dio un beso en la frente.

—¿Qué te apetece comer?

Quería cordero asado. La mamá sonrió. Era su golosina favorita. Mientras cocinaba, Bibop se deslizó tras ella y levantó el trapo. Estaba convencido de que debajo estaría el manual del pequeño dragón escupidor de fuego. Le decepcionó encontrar un manual sobre el vuelo de dragón.

—¡Bibop! ¡Era para esta noche! —dijo su mamá.
—¡Yo no quería eso! —replicó el pequeño dragón.

La cara de su mamá se ensombreció y frunció el ceño. Suspiró y se sentó. Invitó a Bibop a sentarse también, pero Bibop estaba demasiado enojado para obedecer.

—Estabas tan ilusionado con escupir fuego que nunca supe cómo decírtelo... Tu papá era un lagarto gigante.
—¿Qué quiere decir eso?
—Eso quiere decir que nunca podrás escupir fuego.

Nunca. Escupir. Fuego. El corazón de Bibop dejó de latir y luego se aceleró. No se lo podía creer. No era posible. ¡Era lo que siempre había soñado!

—Eso no quiere decir que no seas un dragón de verdad. ¡Eres el que vuela mejor! —prosiguió su mamá—. Pero tienes que aceptar que no podrás escupir fuego. Lo siento muchísimo, Bibop.
—¡No es posible! —gritó el dragoncito sujetándose la cabeza con las patas.

Nunca había estado tan triste. Tomó su mochilita y salió dando un portazo. Se imaginaba las burlas de sus compañeros cuando supieran que nunca podría escupir fuego. Al llegar al final de la calle, el colegio estaba a la derecha, la salida del pueblo, a la izquierda. Pensó que lo mejor era irse del pueblo. Al final del pueblo, despegó.

Nunca había volado solo tan lejos de casa. Se sintió lleno de orgullo y libertad. Siguió avanzando. Subió más alto. El pueblo solo era un puntito sobre la Montaña Gris. Y pronto la Montaña Gris también se desvaneció. En ese mismo momento apareció la Montaña Roja: así la llamaban porque escupía lava roja y ardiente cuando se enfurecía. Entonces tuvo una idea un poco loca. Si su mamá no quería enseñarle a escupir fuego, la Montaña Roja lo haría. Y allá fue.

Bibop llevaba varias horas volando. La Montaña Roja había crecido. Rugía muy fuerte. Los otros animales huían, pero Bibop siguió avanzando, casi hasta tocarla. El dragoncito quería llegar arriba del todo. Voló hasta el cráter. Salía humo. En el fondo de la montaña también había lava hirviendo, pero Bibop se quería acercar más. Quería comprender el fenómeno para reproducirlo. ¿Cómo podría crear fuego en su garganta? Bibop bajó un poco por el cráter. Estaba planeando a media altura cuando la lava empezó a subir.

—¿Montaña? —gritó—. ¡Montaña! ¡Dime cómo lo haces! Mon...

No tuvo tiempo de terminar la frase. Una violenta sacudida lanzó una roca que le golpeó en el ala izquierda. Perdió el equilibrio, gritó y consiguió a duras penas agarrarse a la pared. Le dolía mucho el ala. Quizá se le había quebrado: imposible volar. Empezó a asustarse. Sentía como la lava se acercaba a sus patitas temblorosas...

De repente un viento fresco le barrió los hombros. Alzó la mirada y reconoció a su mamá.

—¡No te muevas, te sacaré de ahí! —gritó.

Le rodeó el cuerpo con sus garras poderosas y lo rescató de la pared de piedra. Lo alzó rápidamente por los aires, fuera del cráter. Varios dragones del pueblo esperaban volando en círculos por encima de la Montaña Roja. Habían acompañado a su mamá para ayudarla a encontrar a Bibop. Se adelantaron al ver que volvían los dos juntos.

El grupo solo estaba a unos centenares de metros de la Montaña Roja cuando explotó. La lava salpicó por todas partes. Salieron volando rocas ardiendo. Para bloquearlos, los dragones escupieron fuego hacia los proyectiles. ¡Estaban a salvo!

Se detuvieron tres horas más tarde. Los dragones se volvieron hacia Bibop.

—Menos mal que los pájaros nos dijeron por dónde te habías ido. ¡Casi llegamos demasiado tarde!
—Me pregunto qué hacías en ese cráter...
—Quería aprender a escupir fuego, como la montaña —dijo Bibop sacudiéndose el polvo.

Los dragones abrieron los ojos de par en par.

—¡Tu hijo es un inconsciente! —dijo un dragón a la mamá de Bibop.
—Los puso en peligro a los dos —añadió otra dragona.

Bibop estaba a punto de llorar. Se sentía culpable de haber puesto en peligro la vida de su mamá.

—¡Ya está bien! —exclamó la mamá de Bibop—. ¿No ven que está arrepentido? Yo solo veo un dragoncito determinado y muy valiente.

Los dragones se callaron y ella se acercó a su hijo.

—Siento mucho no haberte dicho nada sobre tu papá. Si hubieras sabido la verdad, nunca habrías intentado una aventura parecida. No te volveré a mentir.

Bibop sonrió y abrazó muy fuerte a su mamá con el ala buena. De repente, su panza hizo un gran ruido. La mamá se rio:

—¡Nos vamos! El cordero asado te espera en casa.

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