Me llamo Noucha, tengo once años y mi heroína favorita... ¡soy yo!
En mi vida todo es mágico, heroico y fantástico. Vivo en la casa más bonita del barrio, aunque el techo se esté cayendo un poquito y haya enormes grietas en la pared. Mi familia es la más fabulosa de todas. Mi mamá tiene superpoderes y cura a las personas, y especialmente a los niños. Mi papá se volvió un día tan perfectamente invisible que nadie en el mundo lo puede encontrar. Pero yo sé que, esté donde esté, cuida de mí.
Como mi mamá sabe que mis poderes increíbles me permiten arreglármelas sola, nunca está en casa. Cada mañana, bajo la escalera para tomar el desayuno antes de irme a la escuela. En la mesa de la cocina encuentro un platito con mis tostadas favoritas y una cafetera llena de chocolate caliente. Mi mamá lo prepara todo antes de irse a trabajar, pero yo no oigo el menor ruido. A menos que sea un hada que intenta cumplir todos mis deseos... La verdad, que no lo sé.
Cuando termino de desayunar, es la hora de marcharse y es mi momento favorito. Porque yo no camino hasta la escuela, voy volando.
Salgo dando saltitos por el camino y, cuando no me mira nadie, mis zapatos se despegan suavemente del suelo. Mi cuerpo asciende lentamente por los aires, como una pluma movida por el viento. Voy deslizándome sobre el camino, planeo sobre los tejados rojos y sobrevuelo los jardines, que se parecen todos, vistos desde las alturas.
Cuando gano altura, la ciudad se vuelve cada vez más pequeña. El bosque inmenso, oscuro e inquietante, se convierte en una matita verde, llena de vida, como un animal peludo que duerme apaciblemente. El río, al que tengo tanto miedo de caerme, ya solo es un hilo plateado y brillante que zigzaguea al sol.
Mientras vuelo, puedo ver a través de las paredes y bajo la superficie del agua. Veo los peces que se agitan y bailan entre las algas. Incluso puedo ver a los otros niños de mi clase tomando el desayuno con sus papás antes de irse al colegio. El mundo entero es un libro abierto que sobrevuelo como un pájaro. Al pie de la montaña, veo el enorme techo gris del hospital. Allí trabaja mi mamá todo el día y, a veces, incluso de noche. Contemplo la fachada blanca con sus ventanitas y pienso con fuerza en ella para darle ánimos. Estará cuidando y ayudando a alguien, quizá a una niña pequeña como yo. No sé si una heroína tiene derecho a pensar esas cosas, pero debo confesar que a veces me pongo un poco triste.
Menos mal que ya estoy viendo mi sitio favorito de todo el mundo. Es una casa alargada y baja, con paredes de ladrillo rojo y amplias ventanas. Allí se encuentra respuesta a todas las preguntas que existen en el mundo y millones de historias maravillosas llegadas de todos los rincones de la tierra. Ese sitio se llama biblioteca. Allí paso muchas horas al salir del colegio, esperando a que mi mamá me venga a buscar. Un día intenté contar los libros de los estantes, pero había tantos que no lo conseguí. He hecho la promesa de leerlos todos hasta que consiga encontrar uno con una heroína tan extraordinaria como yo.
Casi he llegado al colegio y empiezo a bajar suavemente. El suelo se acerca y veo la rayuela del patio de recreo cada vez más nítida. Me dejo caer tranquilamente, como una hoja de otoño que revolotea antes de aterrizar, y mis pies tocan el suelo justo delante de la puerta.
La maestra espera en el umbral. Está muy seria, con la boca finita y los brazos cruzados sobre su enorme pecho.
—¡Vaya, Noucha, otra vez con la cabeza en las nubes! ¡Date prisa, ve con tus compañeros al patio!
Sonrío educadamente a la maestra y me voy corriendo. ¿Con la cabeza en las nubes? ¡Soy capaz de mucho más! Puedo viajar sin moverme, me escapo mágicamente y el mundo se convierte en lo que yo quiera. Solo tengo que cerrar los ojos y dejar que llegue el milagro.
La gente que no tiene imaginación nunca podrá sospechar mis inmensos poderes. No es su culpa, pobres. ¡No todo el mundo tiene la suerte de ser tan mágica, heroica y fantástica como yo!
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Ilustración de Lou Lubie