«Come on, come on, come on, before the moment's gone»
La letra de «N.º 1 Party Anthem» de Arctic Monkeys resuena en el aire estival. El verano ha sido infernal, cubriendo Francia, desde el mes de junio, con su sofocante manto soleado. Incluso ahora, a finales del mes de agosto, sigue asfixiando a los veraneantes.
—Me gustaría tanto bañarme una vez más en el mar —lanza Ilse, que sigue pensando distraída.
Es el final. El final del verano, el final de las vacaciones, el final de la adolescencia. Se marcharán, cada uno a un lugar diferente. París para Jules, Lannion para Edwige, Lille para Simón, Múnich para Ilse. Se alejarán unos de otros. Abandonarán su región natal, su vida tan sencilla, tan fácil.
—Entonces vamos —propone de repente Jules.
Todos le miran desconcertados, pero lo han entendido. Les apetece. Marcharse juntos una vez más, antes de la separación. Las preguntas se atropellan. ¿Cómo hacerlo? ¿Y las clases? ¿Y los padres? ¿Y el dinero? Pánico absoluto. Improvisación total. No importa. Algo de locura, de vez en cuando, no puede hacer daño.
—Nos vamos ya. Come on, before the moment's gone —se contenta con decir, con su sonrisa ladeada.
Se largan enseguida en el Clío de la madre de Jules antes de que alguien lo pueda impedir. Esperan una hora antes de avisar. Se van al Sur. Se van al mar. Las respuestas de los padres no se hacen esperar. No están nada contentos, les parece un comportamiento irresponsable. ¿Y las clases? Solo faltan dos días. No les queda mucho tiempo. Y tienen al menos seis horas y media de camino para llegar a destino.
—¡Dormiremos al raso! —exclama Edwige.
—Nos bañaremos a la luz de la luna —responde Ilse.
—Comeremos... ¿hamburguesas en la playa? —propone Simón.
Y todos se ponen a reír, mientras que Jules los escucha sin decir nada. Piensa en el futuro, con su sonrisa ladeada y los ojos fijos en la carretera. Se pregunta si dentro de diez años seguirán en contacto. Todos se marcharán, cada uno en una dirección. Periodismo, ciencias políticas, enseñanza, medicina: hasta sus estudios son absolutamente diferentes. Cambiarán, crecerán, madurarán. Se harán adultos. Quizá se alejen, se dejen de hablar, se olviden. Orleans, Bourges, Clermont-Ferrand, los paneles de señalización de las grandes ciudades desfilan por la autopista, pasando como han pasado estos años. Adiós, instituto, hola, universidad.
De vez en cuando hacen una parada. El coche necesita gasolina y, felizmente, llevan dinero suficiente. En las áreas de descanso se divierten, sonríen, se mueren de la risa, se hacen bromas. Durante un instante, lo que dure el viaje, vuelven a ser niños. En la carretera ya no son futuros adultos: simplemente son ellos, Edwige, Ilse, Simón, Jules. Cuatro amigos, cuatro jóvenes de dieciocho años, de repente asustados ante la idea de crecer. Con un nudo en el estómago y cada vez más angustia vuelven a la carretera.
—Podríamos no volver nunca. Podríamos seguir rodando, viajando, parando de vez en cuando —dice de repente Jules, rompiendo el silencio que se ha instalado desde su última parada.
Sabe que tienen miedo. Percibe su aprensión. Sabe que son conscientes de lo que les espera.
—¿Te refieres a un road trip? —pregunta Ilse, verbalizando la idea que ronda por la mente de todos ellos.
—Un road trip en Francia... es menos elegante que en Estados Unidos —replica Edwige.
—Sería un road trip a la francesa. Podemos pasar por la Provenza, luego por los Alpes, el Franco Condado, Alsacia y, ¿por qué no?, también podríamos subir hasta el paso de Calais —propone Jules, cuya ironía es palpable, a pesar de su aspecto tan serio.
Todos miran al conductor, antes de soltar una carcajada. Sonríe, feliz de haber podido alegrarles las ideas. Les gustaría quedarse eternamente en esta carretera A75, en lugar de volver a casa de sus padres, en lugar de ir a la universidad, en lugar de marcharse lejos. Pero volverán a casa. Solo es el terror de última hora, el estrés del final del verano, el temor a lo desconocido. Se les pasará. Mientras tanto, allí siguen, en la carretera. El tráfico es muy denso. Son casi las ocho y todavía les quedan al menos dos horas de viaje. Cuando la circulación se hace más fluida, siguen conduciendo, conduciendo sin parar hasta llegar a su meta. Y cuando por fin ven el cartel de Montpellier, los invade una explosión de frenesí y júbilo. No se acuerdan de comer: ponen rumbo a la primera playa y corren. Se ponen el traje de baño, lo único que llevan en la maleta, y se lanzan al mar que los está llamando, empujándolos lejos de este calor insoportable.
El miedo al futuro asoma bajo sus risas. Esta noche lo van a olvidar. Esta noche, sonríen. Es el final. El final del verano, el final de las vacaciones, el final de la adolescencia. Pero no el final de su amistad. Mañana se volverán a poner en marcha. Ha sido el último suspiro de su adolescencia. Mañana empieza la vida.