Queridísima Clara:
Sé tantas cosas de usted y, sin embargo, podría decirse que nunca la he visto. Desde hace ahora seis meses siento su roce, la adivino, la oigo, cierro los ojos al respira
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Translated by Alicia Martorell
Las cosas no van a terminar bien entre Héctor y su nuevo vecino. Eso, seguro.
Solo tiene que cerrar los ojos para imaginarse todo lo que le hará sufrir para vengarse. Y es que Héctor vivía muy bien antes de que llegara su maldito vecino. No solo le ha robado a su mejor amigo desde que aterrizó en su clase, sino que ADEMÁS también se ha quedado con la chica que le gusta. La hermosa, la maravillosa, la espléndida, la dulce Sara, que hasta ese momento solo tenía ojos para él... Y la cereza del pastel: se ha mudado justo enfrente de la casa de Héctor. ¡QUÉ ESPANTO! ¿Qué he hecho yo para merecer esto? había gritado Héctor con la cabeza debajo del edredón.
Sin embargo, Héctor no es mal chico. A veces un poco bromista, como todos los niños de su edad, pero malo, malo, no es. Bueno, solo una vez hizo una broma muy, muy malvada a su anciana tía Ágata. Es que roncaba tan fuerte que la primera noche Héctor creyó que andaban por la casa un avión a reacción y una jauría de mamuts histéricos jugando a las escondidas. Entonces tuvo una idea divertidísima. Salpicó el interior de la cama de la querida tía Ágata con polvos de picapica. El resultado fue instantáneo. La pobre tía Ágata había empezado rascándose con furia y había acabado en urgencias, con una reacción alérgica espectacular. ¡Qué mal! Desde entonces, Héctor había aprendido la lección y se había prometido no volver a gastar ese tipo de bromas.
Menos al vecino. El vecino se iba a enterar, pero bien. Todavía no tenía claro su plan, pero la idea se estaba concretando poco a poco en su cabeza. Le obligaría a tragar espinacas con chocolate o tripas de vaca con vinagre. Quizá incluso hígado relleno de mermelada de fresa. Ñam, ñam. O lo colgaría por los pies del tendedero y le haría cosquillas en la nariz con una pluma de avestruz. Seguro que iba a batir el récord mundial de estornudos. Seguro que se le pondría la nariz como una calabaza madura y se le hincharía la cara como un pimiento morrón. ¡Ja, ja, ja!
También podría llamar en su ayuda a un ejército de hormigas rojas. Eso da mucho miedo: una horda de hormigas rojas con hambre de lobo. Y Héctor estaba seguro de que, si ataba a su vecino como si fuera una salchicha y lo untaba de salsa de tomate con cebolla, los animalillos hambrientos lo encontrarían muy sabroso.
Quedaba un pequeño problemilla: no parecía difícil convertir a su vecino en puré de coliflor, pero ¿cómo iba a arreglárselas para escapar de la policía? ¿Eh? ¡Muy buena pregunta!
Pensándolo bien, no tenía tantas formas de escapar: podría visitar al profesor Caranueva para que le hiciera una operación de cirugía estética que lo dejara irreconocible. O bien podía largarse a Nueva Guinea Papúa, es decir, a algún sitio en la otra punta del mundo, en una selva llena de serpientes silbadoras, tigres cabezotas y monos muy monos. ¡No era mala idea! Las serpientes no se chivan silbando a la policía de que se ha mudado a su barrio un asesino peligroso.
Héctor le daba vueltas y vueltas.
Era un problema complicado.
No todos los días se decide tritugelar a un vecino (era una palabra que se había inventado, que consistía en triturar a su enemigo y luego congelarlo, una idea estupenda, después de todo).
Héctor le da vueltas y vueltas y, a fuerza de darle vueltas, se le ocurre una idea.
Ya sabe lo que va a hacer.
Será el crimen perfecto.
Héctor acabará con su vecino.
Escribirá un libro, eso es.
Un libro lleno de chorros de sangre, palabras hirientes y frases asesinas.
Y así se librará de él.
¡Zas!
Será un gran éxito.
Satisfecho con su idea genial, Héctor tomó un bolígrafo y una hoja en blanco...
-- Ilustración de Rimbow